Nunca me ha gustado el muesli, pero si lo mezclas con
plátano y algo de yogur se camufla dando muy buen resultado. Cruje, igual que
el banco de madera donde estoy sentada. El policía de enfrente ha preferido
sándwich antes que muesli, el business man lleva su tupper preparado la noche
anterior, y el chico de los nuddles les mira con cierta envidia. Pero yo me
quedo con mi muesli y mi banco en la esquina izquierda de este parque
pequeñito, trasera de una iglesia encajonada entre paredes que saben lo que se
cuece en Wall Street. Yo de eso no tengo mucha idea. Quizá debería preguntarle
al business man del banco de enfrente, pero ya ha acabado su tupper y empieza a
recoger. Al policía le queda aún la mitad de su sándwich cortado en triángulos.
No todo el mundo conoce los árboles de este parque. Están escondidos para
disfrute, siempre corto aunque habitual, de unos pocos. A mí me gusta su porte.
Parecen sabios, como si se tratase de alguien que sabe mucho de la vida ya. Y
creo que es así. Ellos no hablan, y muchas veces tampoco los que los contemplan,
pero existe una comunicación silenciosa que les ha hecho aprender mucho más de
lo que sabía St. Peter cuando salió del seminario. El muesli es un buen complemento para los momentos
pasados en este parque. Por cierto, debo acabármelo.
¡RING! La alarma. Hora de volver al trabajo.
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